El término «alma» puede generar confusión. En nuestra cultura, la conocemos a través de la religión, sin una definición concreta y ampliamente aceptada. Podemos analizarla como una parte intrínseca del ser humano. Para mí, es análoga al componente que la física cuántica dice que somos: energía. Vendría a ser como la “gasolina” que un cuerpo necesita al nacer para realizar su recorrido. Como consecuencia, el alma es fundamental para entender qué somos. Es como una “carpeta” donde se anotan todas las experiencias de vida. De ello se deduce la importancia de poder acceder a esa información, para encontrar respuestas a todo lo que, por no haberlo resuelto adecuadamente, está pendiente.
Está comprobado que en el alma o energía se encuentra nuestra historia. Cuando accedemos a ella, es como si se tratara de un Chat GPT: nos da la información y las pautas para solucionar lo que quedó bloqueado. A través de la psicología transpersonal, y específicamente con la terapia del alma, se puede acceder a los archivos de lo que obstaculiza nuestra vida.
Además, el alma, en ocasiones, se queda confusa tras la muerte del cuerpo que la albergaba. Esto puede provocar interferencias cuando se adhiere a otro cuerpo con vida. La energía es vibración y frecuencia; cada uno de nosotros tiene una distinta. Cuando dos o más conviven en un mismo cuerpo, se crean interferencias.
Podríamos decir que el alma es la intermediaria entre espíritu y cuerpo, aunque el espíritu no se reencarna y el alma sí. La vida tiene un sentido, y encontrarlo es nuestra misión. A través del alma, hallaremos, si lo buscamos, el propósito de nuestra existencia, qué asuntos están pendientes y cómo solucionarlos.
Las almas también se organizan y tienen estatus. Las hay nuevas y viejas, sabias e ignorantes; grupos que conviven muchas encarnaciones atrás… En la terapia del alma se observa cómo, antes de nacer, pactan de buena fe las experiencias que necesitan, aunque no siempre estas sean agradables o “justas” para nuestro concepto materialista.